Hay una diferencia entre ojones y ojazos. Los ojazos producen “anhelos, alegrías y sinsabores”, como dice la canción “Un viejo amor” y tienen el poder de petrificarte con un simple parpadeo. Obviamente eso no pasa con Luis Raúl porque lo que él tiene son ojones, o sea, unos ojos grandes en su capacidad de ver posibilidades donde otros ven fracasos.
Esos ojones de Luisra, como le decimos sus amigos, también ve la sociedad con una incisiva, cínica e irreverente mirada. Gracias a esos ojones se atrevió a visualizarse como el primer comediante que era capaz de presentarse exitosamente en el coliseo José Miguel Agrelot. Muchos de sus colegas le decían que era una locura. Lo logró y, desde el cielo, don Cholito le debe haber agradecido con un cerrado aplauso el homenaje que con su éxito le rindió.
Esta columna no es una crónica de espectáculos. Hago referencia a “¡Qué ojones! ”, la presentación que hizo Luis Raúl, para establecer que a los políticos del país le hacen falta los ojones que tiene el comediante para ver y declarar lo que otros no se atreven. Si los tuvieran, podríamos aprovechar la crisis –económica, social y política- en la que estamos para ver la gran posibilidad que se nos presenta: la de comenzar, de una vez y por todas, el camino hacia un país que verdaderamente funcione.
Hacen falta ojones para enfocarnos hacia la autogestión y rechazar la dependencia. Al político se le hace más fácil prometer más fondos federales y aumentar el mantengo porque desde ese paternalismo puede manipular mejor al electorado.
Hacen falta ojones para mirar el asunto del status como la forma de cerrar un círculo vicioso que nos mantiene como hámsters, caminando en la misma rueda, y no como la sombrilla ideológica que mantiene a la base obsesivamente fiel a su respectiva colectividad.
Hacen falta ojones para ver que si sigues haciendo lo mismo, los resultados van a ser los mismos y por eso hay que replantearse la medicación, la despenalización y posteriormente la legalización de la marihuana. Los políticos sin ojones para mirar los resultados positivos que se han logrado en otras latitudes, son presas del miedo, de los chantajes de los fundamentalistas religiosos y detendrán cualquier gestión en la dirección correcta. Sólo legisladores como Miguel Pereira, Ramón Luis Nieves, Rafael Nadal Power, Luis Vega Ramos y Maritere González –sí porque los ojones no pertenecen a un solo género- han demostrado tener eso que hace falta para enfrentar con seriedad y valentía las soluciones a nuestros grandes problemas, moléstele a quien le moleste.
Hacen falta ojones para ver y darse cuenta que la lucha por los derechos humanos de este siglo es la de los derechos de la comunidad LGBTT. Hasta el papa Francisco se ha manifestado con mucha más amplitud ante este importante “issue” que ciertos sacerdotes locales, adictos a las cámaras, que no abren la boca cuando la familia puertorriqueña se desmembra debido a los embates de la criminalidad, pero salen dizque en defensa de la familia tradicional, y piquetean y gritan, -junto a pastoras “enrolexadas” y otros “hermanos separados”- en contra de permitirle el matrimonio a las parejas del mismo sexo.
A los puertorriqueños nos hacen falta muchos ojones para atrevernos a desafiliarnos de los partidos tradicionales, romper las ataduras con las tribus de colores y declararnos librepensadores donde la única ideología que nos cobije sea el bienestar de nuestro pueblo. Cuando lo logremos entonces no elegiremos políticos sin ojones, ciegos por voluntad propia, que van a la Legislatura a hacer el ridículo y a gastar el dinero del pueblo.
Luis Raúl usó sus ojones para ver la posibilidad y se atrevió salirse de su zona cómoda, la de los teatros que ya conocía, y se aventuró a tratar lo que representaba su gran reto. Si el liderato del país tuviera esos mismos ojones, saldríamos victoriosos de la crisis en la que estamos.